Desde tiempos inmemoriales se sabe que Costa Rica lleva tal nombre no por abundar el oro, o escondidas riquezas minerales, sino porque es tal la belleza de sus costas y litorales, que se la debe considerar el tesoro más grande del país.
La ventaja que ofrece Costa Rica es que las distancias que separan a la capital San José, de las principales playas y cordones costeros, no significan grave problema ni obligan a costosos desplazamientos, lo que se une a la increíble realidad turística de que una persona que viaje en automóvil al ritmo de 80 kilómetros por hora, puede pefectamente consumirse en las aguas del Océano Atlántico a las 8 de la mañana, emprender viaje a las 10, y estar buceando en las aguas del Pacífico a las 5 de la tarde, todavía con el sol de sobra para broncearse un poco más.
Esta verdad automovilística, llevada a los caminos del aire, hace que la misma distancia entre Puerto Limón en el Atlántico y Puntarenas en el Pacífico, se cubra en solamente una hora quince minutos de vuelo en avión expreso.
Así queda explicado, cómo es que a algunos turistas, les asombra desde las más altas cumbres montañosas del país, la visión de ambos océanos a la vez.
Geográficamente el desarrollo litoral del país, desde Punta Castilla en lo Boca del Río San Juan (en la frontera norte) hasta lo Boca del Río Sixaola (en la frontera sur) da en el Atlántico una longitud de 212 kilómetros y una de 1.016 kilómetros en el Pacífico, desde Mojones (en la frontera norte) hasta el llamado Hito de Burica (en la frontera sur).
En estos 1.228 kilómetros de litoral se esconden algunas de los más espléndidas formaciones coralinas y políperas de América Central unidas a la presencia siempre dominante de la selva vecina.
El paisaje comienza al norte del país, por el lado del Pacífico, con la visión semicircular de la Bahía de Salinas, al fondo de la cual se abren extensas playas de arena gris perla y se localizan algunos de los sitios de más famosa pesca deportiva.
A partir de ese punto extremo, se pueden localizar en este litoral alrededor de 100 playas cuyas variaciones de forma, color, tipo de arena, temperatura del agua y paisaje las convierten en las mejores de Centroamérica.
Cabe recalcar, eso sí que es al lado del Pacífico que Costa Rica ofrece la mayor cantidad de playas para el turista extranjero, con hoteles e infraestructura que en algunos casos, sin estar pegada exactamente a la costa como en otros lugares del mundo, está lo bastante cerca como para que se pueda viajar en pocos minutos, desde un hotel confortable, a extensas playas soleadas todo el año, que limitan con manglares y ríos de inconmensurable belleza, algunos de los cuales son verdaderos santuarios de la flora y de la fauna tropical del país.
Uno de estos lugares increibles se llama Cuajiniquil, al fondo de la bahía en que el oleaje apenas se percibe y las aguas más parecen la superficie de un estanque azul que mar abierto.
Cuajiniquil tiene la particularidad de abrir su extensa playa, de arena blanca y suave inclinación, en una punta arenosa detrás de la cual corre un río, se abren dos esteros y existen varios riachuelos que le dan al contorno la apariencia de una isla.
Los pescadores artesanales que viven en la zona, se especializan en surtir a los viajeros de gustos gastronómicos refinados, con deliciosas comidas marinas como pulpo, peces cocinados a la parrilla, cócteles de la carne deliciosa del caracol cambute y almeja reina y mixturas a base de percebes, ostiones y pianguas.
En algunas otras playas vecinas a Cuajiniquil como las de Nancite y Naranjo, al extremo sur del Parque Nacional de Santa Rosa, la naturaleza ha montado durante los meses de abril, mayo, junio, julio y agosto, algunos espectáculos increibles que reflejan la indestructible periodicidad del ciclo biológico en ciertas especies animales.
En Nancite, por ejemplo, hay meses del año en que la playa se cubre literalmente de tortugas, sin que quede un sólo espacio libre de ellas, es una fantástica visión de aletas, patas y caparazones de colores diversos que se mueven como un extraño ballet.
Esta misma visión zoológica, &úacute;nica en el mundo, se da en las playas de Tortuguero en el Caribe, donde para agosto, septiembre y octubre llega a desovar la famosa tortuga verde (Chelonia mydas), que resume el cuadro más dinámico de los quelonios que habitan en los recovecos del Mar Caribe.
La insólita congregación de tortugas en estas playas costarricenses ha llamado la atención de científicos famosos como el Dr. Archie Carr, de la Universidad de Gainsville, Florida, que han escrito libros enteros sobre el fenómeno y la belleza de las playas nativas.
También ha servido de inspiración para la filmación de documentales cinematográficos realizados por la Sociedad Geográfica de los Estados Unidos, por The World Wildlife Fund y la sociedad científica de Jacques Cousteau, cuyo hijo Phillipe, ya desaparecido, hizo varios viajes de exploración a bordo de su famoso avión "Calypso" y de la nave oceanográfica "Calypso" a Tortuguero.
Hay lugares del país en que realmente uno no sabe si la playa domina a la selva o la selva a la playa. Este es el caso de Manuel Antonio, en las aguas del Pacífico cerca de Puerto Quepos, en la llamada franja litoral del Pacífico Sur.
Aquí literalmente, la selva se descuelga sobre la arena de la playa y el turista se asombra de encontrar, correteando en los arbustos bajos y la arena, manadas gigantescas del Mono Tití, uno de los animales más atractivos entre la familia de los mismos, cuyo color amarillo naranja y sus ojos encendidos, le hacen apetecido como mascota.
Al leer cualquier narración sobre Quepos, Manuel Antonio, Espadilla y otros lugares vecinos, se adquiere la certeza de que su magnetismo es tan potente, que no han podido escapar de él autores conocidos por su parquedad científica como el Dr. Hans Webber y el Dr. Christopher Menton, cuyos relatos en algunos extremos, caen en una poesía casi transparente, que sólo viajando por aquellas latitudes puede uno comprender y entender su nacimiento.
Esta misma sensación de soledad, de potente comunicación con la naturaleza, de virginidad y de pureza, la adquiere el viajero que visita Cahuita al sur de Limón, en la costa atlántica.
Cahuita, además tiene la particularidad de ser la prolongación hacia el sur más característica de las barreras coralinas que se extienden a lo largo de las costas del Caribe en la América Central.
Los fondos del arrecife en esta parte, para los que aman el buceo, son ideales, las aguas transparentes dan campo a una apretada visión de pólipos, bosques de algas y cardúmenes increíblemente coloridos de peces de todas las formas y todas las especies conocidas en las aguas caribeñas.
Así como aquí domina el arrecife, siendo típico el cuadro de los galeones hundidos en el Siglo XVII en sus profundidades, domina la espesura verde amazónica de la selva atlántica en los contornos litorales de Parismina, Matina, Pacuare y Tortuguero en el norte del Caribe.
Las playas de esta porción de tierras selváticas se alcanzan a través de viajes que salen de Puerto Limón, en cruceros que suelen usar la vía de los canales artificiales, lagos, ríos y esteros, que a lo largo de 112 kilómetros comunican interiormente a Limón (el principal puerto atlántico costarricense) con la lejana Barra del Colorado, en la parte noreste del país.
Volviendo al Pacífico, hay tres diferencias más o menos estrictas que hacen los costarricenses en cuanto a la clasificación de sus playas: el Pacífico Norte, el Pacífico Central y el Pacífico Sur.
Las más renombradas playas del Pacífico Norte son: El Coco, Bahía Culebra, Playa Panamá, Playa Hermosa, Conchal, Brasilito, Tamarindo, Junquillal, Nosara, Sámara y Mal País.
De todas ellas la de Conchal es la que denota la más grande diferencia de composición, porque su contorno, en lugar de estar cubierto de arena fina, está cubierto de conchas, moluscos y caracoles en una cantidad desorbitada.
Esto es lo que indica por qué un turista en Costa Rica, si toma el rumbo de la costa para sus vacaciones, jamás llega a cansarse. La verdad de cambios sorpresivos en las playas, es una verdad comparable fácilmente.
Bueno es hablar también del que fue el punto hacia el que se movio, por añeja tradición, la mayor cantidad de turismo extranjero y nacional y que aun conserva su gran atractivo turístico: Puntarenas.
Antiguo puerto más importante del Pacífico, es a la vez el trampolín verdadero desde el cual se pueden lograr las excursiones más placenteras a playas remotas del interior del inmenso Golfo de Nicoya.
Puntarenas es una ciudad dedicada por entero al turismo y a la pesca. La mayor infraestructura turística litoral del país se encuentra ubicada en su extensión, que geográficamente y desde el aire, semeja un dedo extendido profundizando las aguas del mar y del estero que la rodea por el norte.
Desde aquí, en viajes por yate, se pueden alcanzar las playas de la lsla Cedros, de Venado, San Lucas, Chira, y Tortuga, además de las que se encuentran en lo Bahía Ballena, como Tambor.
También es posible tomar un ferry para recorrer en una hora de navegación, la parte media del Golfo, y disfrutar de Playa Naranjo, Montezuma, Cabuya y otras que se encuentran en la parte exterior peninsular de las tierras nicoyanas.
En la parte central del Pacífico, son asequibles, cómodas y muy visitadas, Herradura, Punta Leona, Jacó, Playa Hermosa y Esterillos.
A los que van más allá de lo tradicional de lo cercano, el país les ofrece oportunidades únicas de encontrar su paisaje deseado en la dimensión de Carate, Drake, Zancudo y Pavones, que forman parte de las posibilidades más atractivas del Pacífico Sur.
Todas estas tierras litorales del Pacífico Sur son muy conocidas porque en los ríos que desembocan en ellas, las selvas vecinas y algunos accidentes geográficos que las limitan, abunda el oro aluvional.
Durante cientos de años los buscadores de oro han recorrido milímetro a milímetro estos parajes, en busca de las ansiadas "pepitas", y se cuentan aquí leyendas, algunas veces fantásticas, sobre la buena suerte de algunos de ellos.
Alrededor de los años 60 (1960) en la llamada Isla Violín, que en realidad no es tal isla sino una porción continental rodeada por algunos arroyuelos y el Río Sierpe, un buscador encontró una roca de oro sólido de 24 libras de peso.
Con todas estas alternativas, con todos estos alicientes, con tantísima cantidad de aventuras probables, paz, belleza y placer, las playas de Costa Rica son una permanente invitación para los turistas de todas partes del mundo, que quieren dejar atrás cemento, rascacielos, masas humanas, y viajar en busca de un poco de soledad.
Programa
Bandera Azul Ecológica